Te escucho entre mis sueños, hace ya varios meses que regreso de esos viajes somníferos a punta de gritos. Aunque desde el primer día que amanecimos en ésta casa luego de tu nacimiento, he acostumbrado darte los buenos días con una sonrisa, la misma que me devuelves. Pero el hambre no perdona, es una fracción de segundos de amabilidad que da paso al rito de pedir mamila de una manera desesperada. Agarrada a los barrotes de tu cuna, intentando salirte, no solo te oigo yo sino todo el vecindario. Mientras corro a la cocina a prepararte tu licuado, avistas a tu padre e insistes en que te saque de tu encierro para jugar, aunque sea unos minutos antes de que se vaya a trabajar. Eres la niña de sus ojos, así que aprovecha para pasearte por la casa y amorosamente te anuncia que ya viene, ya casi llega, ya está apareciendo… la deliciosa mamila.
Cesan tus llantos, tomas la mamila como recién salida del desierto, y te vas acomodando nuevamente entre tus cobijas, no para continuar algun sueño que haya quedado rezagado, sino para jugar. Te encimas en algun muñeco, lo abrazas, lo desvistes, lo avientas, lo tomas de nuevo, lo formas con los demás y das instrucciones. “Este síi…este nooo… mjmjjjj papapapapepe”. Bailan y toman mamila según tus órdenes. A todos los revisas, corroboras que tengan bien abiertos los ojos, les mueves las orejas o les compartes un chupón. A veces salen volando en las alturas, proyectados hacia el piso.
Eso eres tú. Una niña que poco a poco va tomando mando y acción sobre sus deseos. El cambio cotidiano se traduce en puntos sin retorno, donde uno a uno de tus logros van formándote en alguien distinta, mejorada al día anterior.
Eres ocurrente, y en más de una ocasión nos reímos sorprendidos de lo que nos reflejas, de aquellos rasgos de nuestro carácter y personalidad que reconocemos de nosotros mismos en ti. A estas alturas sabíamos de tus cambios volátiles de humor y discutimos quién es Dr. Jekyll y quién es Mr. Hyde. Aunque afortunadamente predomina el lado risueño y curioso, sábetelo bien que tienes un modito rococó. Aún antes de que aprendieras a decir éste sí o éste no, tu gesto manual desechando, indicando que uno retire de tu vista tu mamila vacía, el bocado que no quieres, el juguete que ya no te divierte. Años hace ya en que se abolió la esclavitud pero tú pareces no enterarte, y haces entripados cada que se hace uso de la jerarquía.
Normalmente te molesta que el tiempo de juego o los paseos sean más breves de lo que contemplas: todo el día. Reniegas si hay que lavarte las manos, no por el hecho en sí, sino por la demora evidente cuando tú ya te has percatado de que tu plato está servido. Maldices de las restricciones que tenemos para las alacenas, gavetas, cajones. Tomas las llaves intentando abrir las cerraduras, o intentas mover los candados con la esperanza de que se abran con tu maniobras. Avisas de cualquier ruido extraño, o conocido, como los perros que ladran a lo lejos, el tren a su paso, el camión del gas, el portón del vecino. Tienes especial percepción para el ruido del coche de tu padre, sabes cuando está por entrar a la casa.
Aplaudes e intentas bailar moviendo tus pies y manos rítmicamente, a veces parece que en vez de baile marchas, y ríes mientras lo haces. Aprendiste a incomodar y te divierte hacerlo, así levantas las ropas al nivel de la cintura para buscar un rollito de grasa el cual pellizcar, o levantas los pantalones para hacer cosquillas en las piernas, lo haces y esperas la reacción. Te has vuelto muy buena conversadora, aunque no entendemos tu discurso salvo por alguna palabrita aislada, respondes y comentas el punto, manoteas y explicas y nosotros escuchamos pero eso que dices parece estar más cerca del mandarín que del español.
Es divertido estar a tu lado,a pesar de tus arranques de locura y enojo, vemos con orgullo que aprendes cada día muchas cosas nuevas. Nos contagias tu alegría por vivir y esa eterna curiosidad que espero no la pierdas nunca.
Feliz año y medio hija mía.
Me gusta:
Me gusta Cargando...
Etiquetas: Cartas para ti, Durante el segundo año